Los nuevos datos sobre concentración de dióxido de carbono en la atmósfera obligan a acciones para que el planeta no sea pronto un lugar muy hostil para el hombre.
La humanidad ha cruzado un umbral peligroso. Un límite que nos pone en máximo riesgo y que nunca se debió haber traspasado. Según la Agencia Nacional Oceánica y Atmosférica de Estados Unidos (Noaa), la concentración de dióxido de carbono (CO2) en la atmósfera ha alcanzado un nuevo récord en la historia de las mediciones: 400 partes por millón de moléculas, cifra que nos pone ante un cambio climático de consecuencias impredecibles y, sobre todo, preocupantes.
Se trata del nivel más alto desde hace 3 millones de años, marca que quedó registrada en la estación atmosférica Mauna Loa, en Hawái, que ha funcionado allí desde 1958.
Esto no quiere decir que el futuro cercano del género humano esté comprometido. El planeta seguirá siendo nuestra casa, continuará girando sin alteraciones, pero todo indica que la vida para las próximas generaciones no tendrá la misma cantidad de días apacibles que existen hoy.
Hoy más que nunca, el dato en cuestión debe mover conciencias. Según Noaa, arriesgarnos a superar incluso las 350 partes por millón ya representaba un riesgo. Hemos estado jugando con fuego desde hace rato y era lógico que termináramos quemándonos. Ahora entra la especie humana a una ‘zona de peligro’ y lo hace con la certeza de que las cosas no van a cambiar a corto plazo. Por el contrario, ya se calcula que en un cuarto de siglo habrá 450 partes por millón de CO2 en la atmósfera.
La causa es una sola: el uso incontrolado de petróleo, gas y carbón en países como Estados Unidos y China, cuyos modelos de desarrollo dependen de estos combustibles. Lo que resulta paradójico, pues el crecimiento involucra procesos que tornan incontrolable el ambiente que los alberga. Tal situación conduce a operaciones de suma cero, en las que estas naciones deberán gastar lo que el crecimiento de sus economías les ha reportado en reparar los daños de un clima desbocado.
Las tragedias seguramente se reflejarán en naciones en desarrollo como Colombia –cada vez más sujetas a desplazamientos–, que enfrentarán calamidades por enfermedades relacionadas con la contaminación y que deberán vivir en infraestructuras continuamente vulnerables y tardíamente adaptadas a nuevas inundaciones o sequías prolongadas.
El principal obstáculo para enfrentar el problema y atenuar las consecuencias de algo que ya es inevitable radica en que ni la gente ni quienes toman decisiones se sienten aún en riesgo.
El caso es que, con una media anual de 400 partes por millón de concentración de CO2, el aumento de la temperatura promedio global previsto será de al menos 2,4 grados centígrados, según los últimos informes del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC, por su sigla en inglés). Al no haber una reducción inmediata de esas emisiones en tanto los acuerdos mundiales están retrasados, tal temperatura promedio podría incrementarse entre 3 y 5 grados centígrados, con una consecuente pérdida de un tercio de la población de animales y más de la mitad de las plantas de la tierra.
¿Hay tiempo para la reacción? Todo dependerá de la acción de la comunidad internacional, de los gobiernos e, incluso, de los mercados financieros. Este es un reto mayor, que encuentra en los negacionistas del cambio climático, de gran influencia en las altas esferas de Washington, el principal obstáculo. Es un hecho, por lo pronto, que la alerta es un llamado perentorio a la acción. Ojalá, cuando finalmente reaccionemos, no sea demasiado tarde.
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