Una de las paradojas más crueles de la desigualdad en Lima, desde el punto de vista de los pobres, es lo barato que a menudo parece salirles a los ricos el costo de la vida.
En ninguna parte es esto más evidente que en un paseo por el barrio de Nueva Rinconada. Es un barrio marginal asentado en una de las colinas de la ciudad.
Aquí, Lydia Sevillano y sus vecinos pagan un precio muy alto para mantenerse con vida.
Por ejemplo: el agua. A Lydia le cuesta US$25 al mes comprar agua para su familia.
El Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial están llevando a cabo sus reuniones anuales en la capital peruana, y uno de los asuntos que están considerando los delegados es el de la desigualdad.
Una desigualdad que se hace evidente con el costo que tienen que pagar familias de distintos estratos sociales en Lima para acceder al agua.
La que usa la familia de Lydia, en el barrio pobre de Lima, no viene del grifo.
Es llevada por un camión, todos los días, a los tanques de plástico fuera de la pequeña choza que usan para albergar a su familia.
El agua va primero
Lydia admite que a veces renuncia a otros elementos esenciales para poder pagar por el agua.
"Tenemos que ahorrar todo lo que podamos", dice ella. "Incluso si tenemos que reducir la comida de mis hijos, porque no podemos vivir sin agua."
Si se camina unos cuantos metros loma arriba, las casas están igual de apretujadas, pero usan materiales de construcción aún más endebles.
Aquí el agua cuesta tres veces más de lo que Lydia paga en la parte baja de la ladera.
El problema (y costo) añadido para alguien como Flor Quinteros arriba en la loma es que el camión de agua no puede llegar a su puerta, pues la cuesta sin asfaltar es demasiado empinada.
De modo que la gente misma tiene que subir con el agua.
La organización no gubernamental Oxfam calcula que una persona pobre en Lima paga diez veces más por el agua que alguien que vive en una zona residencial acomodada.
El dinero es sólo una parte del costo, por supuesto.
También está el duro trabajo físico de vertir y llevar el agua de los tanques, que a su vez deben ser limpiados.
Y está también el tiempo que Lydia y Flor y miles como ellos deben dedicar a esperar a los camiones del agua.
Otros costos
Es tiempo que no puede dedicarse a un empleo remunerado.
El costo también se cuenta en los problemas de salud que aquejan a la gente que depende de estos suministros de agua, en recipientes que a veces no han sido bien limpiados.
Las enfermedades son una parte de la vida en Nueva Rinconada. También lo son los deslizamientos de tierra causados por temblores de tierra o tormentas severas.
En esos casos, paradójicamente, un repentino exceso de agua convierte la arena de la ladera en barro, llevándose a muchos de su precaria posición en este mundo.
Muro de la verguenza
En la parte superior de la colina, está el insulto final que Lima añade a los efectos perjudiciales de la pobreza: una pared de tres metros de alta, coronada con una cerca de alambre de púas.
Fue construida con un propósito – evitar que Lydia, Flor y sus familias pasen al barrio en el otro lado de la colina.
Lo llaman el Muro de la Vergüenza.
Casuarinas, el barrio del otro lado de la pared, es, naturalmente, un lugar muy diferente.
Aquí no hay viviendas precarias aferradas al suelo de la colina, sino estructuras bien construidas, con agua corriente y vista al mar para sus prósperos habitantes.
¿Y el agua que brota de sus grifos? Es barata y lo suficientemente abundante para llenar cientos de piscinas en el barrio.
Abajo, en la ciudad, los delegados a las reuniones anuales del FMI y el Banco Mundial se reúnen.
En los últimos años, ambas organizaciones se han esforzado en subrayar lo perjudicial que la desigualdad severa de ingresos puede ser para las economías nacionales.
Si buscan prueba de ello, los delegados sólo tienen que levantar la mirada de la sala de conferencias hacia las colinas que rodean la ciudad.
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