Una paradoja que se registra en todo el mundo. La explica la mala distribución de los alimentos, la falta de infraestructura y la corrupción. Al mismo tiempo, es récord la producción agrícola global.
08/12/13
Ochocientos cuarenta y dos millones de personas en el mundo sufren hambre crónica -no comen lo suficiente para llevar una vida activa normal-, mientras que la revolución biotecnológica está logrando producir cada vez más alimentos. Este año, la cosecha global de cereales alcanzó los 2.500 millones de toneladas, es un 8,4% mayor al año pasado y supera en un 6% el récord anterior de 2011. Por primera vez en la Historia, la humanidad cuenta con recursos suficientes para alimentar a todos pero se enfrenta al problema de la distribución y el acceso que dejan a 1 de cada 8 personas hambrienta.
“Las razones para esta paradoja se encuentran en la desigual distribución de los ingresos y de los alimentos a través de la población, así también como en la pobreza extrema que sufren, por ejemplo, 68 millones de habitantes en América Latina. Es decir, si bien existen alimentos para todos, hay un número importante de personas (47 millones) que no pueden adquirirlos ni acceder a ellos, algo que se extiende al resto del planeta”, explica desde Santiago de Chile, Adoniram Sanches, el encargado de Políticas de la FAO, el organismo de Naciones Unidas para la alimentación.
El último informe de la FAO, sobre inseguridad alimentaria en el planeta da, a pesar del panorama sombrío, un dato positivo. Las personas que no comen lo suficiente en el mundo disminuyó en 26 millones desde 2010 –cuando alcanzó el récord de 868 millones de hambrientos- y esun 17% menor a la de 1990. Y dice que para seguir avanzando no sólo hay que mantener la disponibilidad alimentaria que alcanzamos sino que hay que mejorar la distribución, el acceso y disminuir los niveles de corrupción. También aclara que la verdadera causa del hambre es de origen humano y que el 90% del hambre en el mundo es crónica. “A medida que se complejiza la producción de alimentos se crea una cadena de un entramado industrial cada vez con más etapas desde que el fruto sale de la tierra hasta que llega al consumidor y esto agrava la problemática del abastecimiento y el hambre”, explica Roberto Bisang de la universidad de General Sarmiento y la UBA.
Por su parte, Patricia Aguirre, antropóloga de la universidad de San Martín y FLACSO, apunta en su trabajo sobre políticas alimentarias que “las sociedades humanas han alcanzado la disponibilidad, es decir que haya suficientes alimentos para todos (al menos estadísticamente), pero a costa de la sustentabilidad. Es decir, la forma en que se asume en la actualidad la producción alimenticia –la agricultura de monocultivo extensivo basado en los derivados del petróleo para los biocidas que la acompañan, junto a la ganadería farmacéutica y la pesca depredatoria- si bien ha logrado proveer hoy suficientes alimentos, difícilmente pueda hacerlo en el futuro ”.
A pesar de los éxitos globales en la producción persisten las enormes diferencias regionales. La peor parte siempre se la lleva el África Subsahariana. China e India no paran de crecer y de demandar cada vez más y mejores alimentos. Y en América Latina hubo una sustancial mejora, a pesar de la endémica pésima distribución del ingreso que mantiene a 164 millones de personas bajo todas las líneas de pobreza. En la región disminuyó el número de pobres pero aumentó la indigencia hasta un 11,5%. En Argentina, si se creen las cifras oficiales, bajó la pobreza en el 2012 de un 5,7% al 4,3% y los indigentes de un 1,9% al 1,7% (ver nota) aunque persisten los mismos problemas globales con respecto a la accesibilidad a la comida. Y, de acuerdo a la FAO, aún hay casi cinco millones de personas con inseguridad alimentaria (11,7%).
La distribución y la generación de precios son las que marcan las grandes diferencias. El 30% de la población consume el 60% de la producción. “Como se trata de mercancías que no van donde se las necesita sino donde pueden pagarlas, no es la necesidad lo que determina la accesibilidad sino la capacidad de compra, como ocurre con cualquier otra mercancía”, explica Patricia Aguirre. La dieta global está marcada por unas 200 empresas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Japón. “No comemos lo que queremos sino lo que nos quieren vender, y no nos venden lo que alimenta sino lo que produce ganancias”, dice, contundente, Aguirre en su informe. Todo esto marca los precios que son muy disímiles por región. Por ejemplo, en Burundi, que es el país con mayor desnutrición, un kilo de fertilizantes para el trigo cuesta siete veces más que en Europa. En Níger, una familia destina entre el 70% y el 80% de sus ingresos a comprar comida cuando en los países desarrollados no supera el 20% y en Estados Unidos puede alcanzar apenas el 7% de los ingresos. Esto, a pesar de que el presidente Barack Obama tuvo que lanzar una campaña contra el hambre.
El ascenso de las potencias en desarrollo está también modificando la ecuación alimentaria. Unos 1.300 millones de chinos pasaron de tener un consumo per cápita de 20 kilos de carne en 1985 a más de 50 kilos en el 2005 y estarán doblando esa cifra para la próxima década. Para atender esta demanda es necesario criar cada vez más animales alimentados con granos. Para conseguir un kilo de carne de vacuno se necesitan 8 kilos de cereales, para un cerdo 3, un pollo 2,5 y un pez de criadero 1,8. Esto hizo que aumentaran enormemente los precios de los granos y que se produjera un “corrimiento” proteico. Los animales están comiendo los cereales que antes consumíamos directamente, aumentando la demanda y los precios.
También se produce otro fenómeno que es el desperdicio de alimentos. Cada año se tiran a la basura en el mundo al menos 1.300 millones de toneladas de comida en buen estado. En los países desarrollados cada habitante desperdicia por año un promedio de 100 kilos de alimentos. Con este volumen se podría paliar el hambre de casi la mitad de los 842 millones que la sufren.
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