Los activistas ambientales son verdaderos héroes que trabajan muchas veces en el anonimato
JUAN ARIAS Río de Janeiro 7 AGO 2013 - 21:57 CET
En Brasil, estas venganzas contra los que denuncian crímenes de corrupción o ambientales son, desgraciadamente, corrientes y hasta la prensa les dedica poco espacio. Los que actúan en este campo, desde el famoso asesinato de Chico Mendes, símbolo de la lucha ecológica, son verdaderos héroes que trabajan muchas veces en el anonimato. Ni los medios locales, subrayan desde la ONG Instituto Terra, habían recogido en sus páginas las denuncias que lleva años realizando el biólogo español.
Los criminales actúan con relativa tranquilidad, amparados por la conocida impunidad que existe contra el crimen y la lentitud de la justicia brasileña. Solo un ejemplo. Reyfran das Neves Sales, reo confeso del asesinato, el 12 de febrero de 2005, de la monja norteamericana, Dorothy Stang, de 73 años, una activista que combatía a los madereros que destruían la selva amazónica, fue condenado en 2005 a 27 años de cárcel. Cumplió 8 y fue puesto en libertad por buena conducta. Tampoco se sabe nada del paradero de los cinco sospechosos detenidos por el asesinato, en 2011, del periodista Valerio Nascimento, crimen relacionado con sus investigaciones contra crímenes de corrupción, en la misma localidad donde actuaba Alonso.
El Gobierno de Brasil ha dictado normas severas contra los crímenes ambientales, pero generalmente los poderes locales donde operan los ecologistas suelen actuar en connivencia con el crimen.
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