El desarrollo científico y tecnológico le ha regalado a la humanidad infinidad de posibilidades para mejorar su calidad de vida; nadie podría negar los grandes avances en la medicina, en las comunicaciones y en la industria en sus distintas facetas, para citar algunos campos que han contribuido a mejorar múltiples aspectos de la existencia en el Planeta.
Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. En los últimos años la biotecnología ha enfocado grandes esfuerzos en la puesta en práctica de conocimientos genéticos que se han generado mediante la investigación científica, con resultados generalmente muy positivos, pero también muchas veces controversiales.
Tal es el caso de los llamados cultivos transgénicos u organismos genéticamente modificados mediante el traslado de genes de seres tales como bacterias, virus, peces, pollos, entre otros, hacia las plantas, con el argumento de contribuir a resolver el hambre en el mundo con variedades de mayor resistencia y productividad.
¿Pero qué hay detrás de todo esto? Conviene destacar que los transgénicos no solo implican romper con los mecanismos naturales de evolución –ya que eliminan las barreras entre especies y mezcla genes que los procesos evolutivos habían separado–, sino que a su vez gesta organismos cuyos efectos en la salud humana, en el suelo y en la conservación de la biodiversidad, son aún impredecibles. Pero además, se trata de una tecnología controlada mediante patentes por unas pocas compañías transnacionales poderosas que, de esta manera, generan una dependencia inaceptable de los pequeños y medianos productores mundiales.
Quienes se dedican a la Educación Ambiental, tienen un serio compromiso de informarse a fondo y mediante fuentes confiables sobre esta realidad, con el fin de incorporar en sus programas de trabajo esta temática, e inducir a la reflexión y a la acción responsable a la ciudadanía, ante esta amenaza a la libertad, a la equidad, y al desarrollo en armonía con la naturaleza, valores inherentes al individuo ambientalmente alfabetizado.
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