sábado, 22 de febrero de 2014

Quién hace caja con el cambio climático

Empresas y fondos apuestan por industrias que se beneficiarán del aumento de las temperaturas. Entre sus apuestas: el agua, el gas natural licuado y las lámparas 'led'.


Vista del pantano de la Viñuela, en Málaga, con un bajo nivel de agua debido a la sequia, en 2008. / GARCIA-SANTOS
El año pasado un satélite de la Nasa registró en la Antártida 92,9º bajo cero. La segunda temperatura más baja de la historia. Incluso en los veranos marcianos, en sus polos, la climatología resulta más benigna. A la vez, el periodo que va de 1983 a 2012 el más cálido en 1.400 años, según las conclusiones del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático. En este mundo extremo, en el que la nieve cae como estalactitas y en el que la OCDE advierte de que casi la mitad de la población mundial vivirá en 2030 en condiciones graves de estrés hídrico, algunos se preparan para hacer (mucho) dinero.
El calentamiento global aumenta la posibilidad de padecer alergias, incrementa los déficits nutricionales, multiplica la exposición de la población a catástrofes ambientales y enfrenta a millones de seres humanos al desabastecimiento de agua y alimentos. Frente a esta situación, la industria actúa de dos formas: adaptándose o innovando. Y ambas pueden ser muy lucrativas. Por eso ante esta “nueva normalidad” algunos emprendedores han lanzado diseños innovadores como barreras contra tormentas marinas, islas y penínsulas artificiales o plantas desalinizadoras. El negocio lo abarca casi todo. Desde energías renovables (solar, eólica, marina) hasta sistemas para manipular el clima (geoingeniería).
El negocio abarca desde energías renovables
hasta sistemas para manipular el clima
Pero al lado de quienes crean viven quienes, sencillamente, aprovechan las nuevas oportunidades. La previsible carestía de agua está provocando que cada vez más países e inversores acaparen tierras en África y Latinoamérica para asegurarse reservas acuíferas. La plataforma Land Matrix ya contabiliza 35,64 millones de hectáreas de tierras (casi cuatro veces el tamaño de Portugal) acaparadas en el mundo. Además, como señala el periodista McKenzie Funk, quien acaba de publicar Windfall (The Booming Business of Global Warming), “el deshielo en el Ártico abre paso a la explotación de las petroleras” y a nuevas rutas de navegación y comercio, lo cual, a la vez, podría avivar la tensión geopolítica entre los países de la zona.
Los expertos alertan además sobre los efectos de este fenómeno en la producción global de alimentos. “El cambio climático minará la producción mundial de alimentos, la convertirá en más imprevisible y veremos con mayor frecuencia periodos de escasez. La crisis alimenticia de 2008 es un buen ejemplo. Compañías como Cargil, que controla el negocio del grano, Monsanto [también habría que sumar a Bayer y Basf], primer fabricante de semillas genéticamente modificadas, o Yara, que domina el mercado de los fertilizantes, obtienen ya beneficios récord”, avisa Devlin Kuyek, experto de la ONG Grain. Y advierte: “El control de las multinacionales resulta cada vez más extremo”. Para lo discutible y para lo encomiable. En el sector del automóvil, los coches híbridos impulsados por General Motors, Honda, Ford y, sobre todo, Toyota sitúan a estos fabricantes como otros de los ganadores del calentamiento global.
La quiniela de vencedores incluye también a otras industrias. Giles Money, de la gestora Schroders, espera que “la industria de la iluminación por led [consume mucho menos que las luminarias tradicionales] crezca significativamente este año”. Habla, incluso, de un 30% para los próximos ejercicios y cita también al sector de la construcción, sobre todo en los mercados desarrollados, y al comercio electrónico, cuya baja huella de carbono, según Money, permite a los distribuidores mejores precios. Por su parte, Luciano Diana, gestor del fondo Pictet Clean Energy, abre la conversación con un recuerdo. “El mundo gasta de media el 8% de su riqueza en energía, pero dos terceras partes se pierden antes de llegar al usuario”, sostiene. Bajo estas condiciones, el gran beneficiado del cambio climático será la eficiencia energética. Y ahí estarán las compañías de gas natural comprimido y licuado, que es más barato y limpio que el petróleo o las empresas relacionadas con el ahorro de energía en la industria (Fanuc, Rockwell Automation o Delta Electro.
Son nombres que forman frases, que construyen párrafos que crean páginas que escriben la novela del negocio del cambio climático. Y en ella, los seguros y las empresas que manejan información meteorológica harán caja. Por eso, Monsanto adquirió el año pasado la firma Climate Corporation, que suscribe seguros meteorológicos para granjeros. La idea es vender información a los agricultores que emplean sus semillas modificadas genéticamente. Quien conozca el tiempo (una buena oportunidad de negocio, por cierto, para el operador español de satélites Hispasat) ganará millones. A esa carta también juegan los grandes del seguro como AON, AIG, Zurich, Swiss Re o Lloyd’s. Esta última ve la cuenta de resultados fuera. “El cambio climático tendrá más impacto en otras partes del mundo antes que en el Reino Unido. Al ser Lloyd’s una aseguradora global tenemos la responsabilidad de analizar estos impactos y asegurarnos de que todo, incluyendo precios y pólizas, va en consonancia con estos cambios”, indica Trevor Maynard, alto ejecutivo de Lloyd’s.
Ahora bien, una de las habilidades del capitalismo es su destreza para transformar un problema en un activo financiero con el que ganar dinero. Ya sea tangible, como el agua, o inasible como el dióxido de carbono. Aun así, para los inversores en el cambio climático la clave habita en el agua. Las emisiones de carbono son invisibles. Pero los glaciares que se derriten, el agua que se evapora o las lluvias que caen torrenciales son el auténtico rostro del cambio climático.
A partir de 2006, después de que Al Gore, ex vicepresidente de Estados Unidos con Bill Clinton, presentara el documental Una verdad incómoda y que el deshielo en el ártico alcanzara en aquellos días su nivel récord, la industria financiera “reaccionó” a su manera. En solo dos años se lanzaron 15 fondos que invertían en agua y sus aledaños. En un suspiro reunieron 13.000 millones de dólares (9.492 millones de euros) y los grandes de la industria Goldman Sachs, UBS o Credit Suisse ficharon a analistas hídricos. Algo insólito. El agua iba a ser el petróleo de la nueva centuria, dijeron. En verdad, “una puerta abierta al hidrocolonialismo”, ironiza Gustavo Duch, coordinador de la revista Soberanía Alimentaria. De hecho, Goldman Sachs escribió en 2008: “A riesgo de ser alarmistas, vemos paralelismo con la economía maltusiana [Esa apocalíptica teoría que advierte de que no hay recursos para todos]. Globalmente, cada 20 años el consumo de agua se duplica”.
Con el paso del tiempo, los fondos han suavizado esa posición tan dramática. Y durante la crisis financiera algunos productos especializados en energías renovables y cambio climático sufrieron salida de capitales. DWS —gestora del Deutsche Bank— transformó su DWS Climate Change Fund por un más genérico DWS Invest Clean Tech, que gestiona algo más de nueve millones de euros.
Aun así, los analistas del banco privado Julius Baer estiman que solo en Suiza hay bajo gestión 50.000 millones de francos (40.900 millones de euros) en fondos asociados al calentamiento global. “Y han crecido” —afirma la entidad helvética— “más de un 30% anual durante los últimos cinco años”. Es más, el fondo que gestiona las pensiones danesas acaba de anunciar que invertirá 188 millones de euros en proyectos que luchen contra el cambio climático.
A estas alturas del problema pocos dudan del potencial económico de la unión del hidrógeno y el oxígeno. “En algunos países existe un mercado para los derechos del agua, pero vemos poco valor ahí. Sin embargo, hay mucho por invertir en compañías activas en el ciclo del agua. Infraestructuras (diseño de plantas de tratamiento, válvulas, tuberías), reciclaje así como tecnologías relacionadas con este elemento (filtración, desinfección, control de la calidad)”, desgrana Jens Peers, jefe de Inversiones de la gestora Mirova. Aquí encajarían, por ejemplo, las españolas Abengoa o Gamesa. “Todo lo relacionado con el desarrollo de nuevas tecnologías bajas en carbono tiene potencial”, resume Peter Sweatman, director ejecutivo de la consultora Climate Strategy.Al fin y al cabo, los estrategas financieros del mundo piensan de forma más sencilla de lo que creemos. Casi nada es compleja econometría, sino pura lógica. “No existe ningún sustituto del agua a ningún precio. Y no se puede fabricar”, narra, en el libro Windfall, John Dickerson, un antiguo analista de la CIA y fundador del fondo especializado en agua Summit Global Management. Bajo este escenario, el agua se siente huérfana —carece de una legislación que la proteja internacionalmente— y los inversores han puesto el ojo en ella. Uno de los resultados es un boyante negocio que mueve más de 300.000 millones de dólares (219.000 millones de euros) y cuyos beneficios se reflejan en los principales índices de Wall Street. En los últimos diez años —describe la gestora Fidelity— el S&P Global Water ha dado más dinero a los inversores que el petróleo, el gas o las materias primas. Incluso ha superado en rentabilidad al S&P 500, que agrupa a la crème de la crème de las grandes corporaciones estadounidenses.
En los últimos 10 años el índice S&P Global Water ha dado a los inversores que el petróleo o el gas
Lejos de España, en las gélidas tierras de Islandia, cuando sus habitantes miran a su alrededor, saben que son dueños de un tesoro. Tienen 25.000 veces más agua per cápita que los Emiratos Árabes. Y el brillo de sus glaciares ha atraído a inversores daneses, kuwaitíes, ingleses, chinos. Todos con una misma idea: usar viejos buques petroleros para transportar el agua. El cambio climático les permite acceder a más líquido y a la vez el deshielo abre caminos antes bloqueados.
Este fenómeno suena como una sinfonía a oídos de las grandes petroleras. “Repsol está presente en el Ártico en línea con su estrategia de diversificación geográfica”, cuenta a través del correo electrónico la compañía. La topografía de su presencia se “limita” a Alaska. En este santuario natural cuenta con 93 bloques en el mar de Chukchi, 67 en Beaufort y 231 en la zona de North Slope. En total, 391. Aunque todavía ninguno se encuentre en producción, el año pasado la empresa añadió 46 nuevos bloques en North Slope. Una evidencia del potencial que avizoran. “Lo que hace Repsol allí, con su presencia, es garantizarse un lugar a la espera de que el cambio climático haga el negocio todavía más accesible”, señala Sara del Río, de Greenpeace.
Este es el porvenir, el presente transita algo más tranquilo. “No se han identificado riesgos físicos relacionados con el cambio climático tan potentes como para provocar una modificación sustancial de nuestras operaciones”. Así lo sostiene la firma de transportes UPS, uno de los futuribles beneficiados, junto a sus competidores (TNT, DHL, FedEx), del deshielo ártico al abrirse nuevas rutas.
Aunque quizá lo más preocupante sea que el calentamiento global no solo deja vencedores y vencidos en la economía sino también en la geopolítica. “En todos los análisis Rusia es un ganador del cambio climático. Su tundra será cultivable, el deshielo permitirá acceder con mayor facilidad a los recursos naturales y facilitará las líneas de transporte”, enumera Gonzalo Escribano, director del Programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano. “Por el contrario España será uno de los perdedores. Habrá más presión desde el Sáhel por las hambrunas, y la subida del mar provocará que el litoral mediterráneo español se transforme en marismas y aumente el riesgo de malaria”.

La nueva ‘hipoteca basura’

“Si no se corrige el desequilibrio entre las inversiones en altos y bajos contenidos de carbono, los riesgos relacionados con el cambio climático podrían herir al sistema financiero mundial como lo hizo en 2008 la crisis de las hipotecas subprime”. Esta es la predicción de Julian Poulter, director del Asset Owners Disclosure Project, una organización que protege los fondos de pensiones de sus miembros de las consecuencias del calentamiento global. Esa declaración, hecha al periódico británico The Guardian, es un aviso a las grandes gestoras de fondos, y a su, hasta ahora, mirar hacia otro lado. Porque en la traslación entre cambio climático y finanzas queda demasiado por hacer. Básicamente porque el mercado de emisiones (donde se fija el precio de referencia del carbono) no termina de funcionar y no ayuda a que el sector productivo cumpla sus objetivos climáticos. Emitir una tonelada de dióxido de carbono cuesta unos seis euros. Menos que un menú en una casa de comidas. Cuando en teoría el sistema estaba diseñado para que los derechos de emisión oscilaran entre 25 y 30 euros. El parón económico en Europa ha provocado que las empresas tengan un exceso de oferta (la Administración les asigna un número determinado de derechos) e invertir en ahorro no compensa, porque la tonelada se vende muy barata. “La situación que vive el mercado del carbono [en 2013 cayó un 38% a nivel mundial] no permite tampoco crear productos de inversión atractivos. Y esto es un gran hándicap”, advierte José Luis Blasco, responsable de Cambio Climático y Sostenibilidad de KPMG. “Porque si pienso que el precio del CO2 va a subir puedo crear un swap o un futuro [productos financieros de alto riesgo y elevada rentabilidad] y que la gente invierta”.

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