Hongos luminosos, bacterias que convierten a las orugas en semáforos y escarabajos que ahuyentan a los depredadores. La bioluminiscencia tiene muchas funciones.
MARIA MORRI
Cuando puede haber depredadores por todas partes, hay animales que deciden pasar desapercibidos y camuflarse con el entorno: por eso los insectos palo se hacen pasar por ramitas y los camaleones se funden con los colores de alrededor. Otros prefieren «liarse la manta a la cabeza» y adoptar los colores más llamativos posibles, para que los posibles enemigos sepan que si pueden permitirse tener ese aspecto y ser tan visibles es porque son peligrosos: por eso la avispa se viste con rayas negras y amarillas y algunas ranas se tiñen de azul o naranja. Pero hay incluso otro grupo de animales que van un poco más allá, y optan por brillar en la oscuridad.
Esta capacidad se conoce como bioluminiscencia, y se puede definir como la «emisión de luz por parte de un ser vivo para facilitar su supervivencia o su propagación», tal como explica John Lee, un investigador de la Sociedad Americana de Fotobiología, en «Bioluminiscencia Básica». En muchos casos no está claro para qué sirve exactamente esa iluminación, pero en general se trata de una luz que no desprende calor y que se produce en el interior del organismo a través de reacciones bioquímicas en las que muchas veces participa una enzima, una especie de engranaje que permite realizar ciertas reacciones químicas, llamada luciferasa.
Esto es lo que ocurre en el caso de las luciérnagas, un tipo de escarabajo que lanza destellos amarillo-verdosos desde su abdomen para comunicarse con las posibles parejas, o el fenómeno que puede verse en la isla de Vieques, Puerto Rico, en la que los turistas pueden darse «baños de luz» gracias a la presencia de diatomeas (microorganismos fotosintéticos).
Pero lo cierto es que hay una enorme variedad de seres vivos capaces de producir bioluminiscencia. En el mar, hay cefalópodos (calamares y pulpos), peces, pequeños crustáceos, gusanos, medusas y microorganismos capaces de brillar en las vastas profundidades oceánicas. En tierra, hay muchos insectos (sobre todo escarabajos),lombrices e incluso hongos capaces de iluminar la noche o la espesura de los bosques. En total, se considera que hay al menos 700 géneros de seres vivos con especies bioluminiscentes (el género es la categoría superior a la especie, y es lo que hay en común entreel león,Panthera leo, y el tigre, Panthera tigris, por ejemplo).
Toda esa variedad de seres vivos explica que las las funciones de la bioluminiscencia sean también muy dispares. Tal como explica Ángel Luque, profesor de Biología Marina en la Universidad Autónoma de Madrid, en el mar, la bioluminiscencia «se utiliza» para «pasar desapercibidos para los depredadores, (esto es útil cuando los cazadores suben desde las profundidades y ven a sus presas recortadas contra la luz que viene desde la superficie), para atraer a los individuos de la misma especie y reproducirse, para rechazar ataques de depredadores, etc».
Mientras que en el océano hay oscuridad de forma permanente a partir de los 200 metros de profundidad (en general), en la tierra las condiciones de luz son más variables y hacen más difícil estudiar las funciones de la bioluminiscencia, por lo que aún hay mucho que estudiar. Sin ir más lejos, esta misma semana se publicó un estudio en la revista «PNAs» en el que se proponía que la bioluminiscencia de un animal similar a un cienpiés había aparecido para luchar contra la toxicidad y que luego habían acabado usándola para avisar a los depredadores de lo peligrosos que eran.
En todo caso, se conocen algunos ejemplos curiosos en los que se usa la bioluminiscencia. Algunos hongos luminosos atraen a los insectos para que estos diseminen sus esporas, hay escarabajos que ahuyentan a los que les molestan con rápidas ráfagas de luz e incluso lombrices brillantes. Pero quizás el caso de las bacterias asesinas de orugas es todavía más llamativo. Se especializan en infectar a unos pequeños gusanos, llamados nematodos, que a veces son ingeridos por estas orugas. Cuando eso ocurre, estas desafortunadas quedan convertidas en semáforos andantes que tienen cierta tendencia a acabar en los estómagos de los depredadores. Así parece que tanto la bacteria como el nematodo acaban propagándose más fácilmente.
Con todo, la bioluminiscencia lleva mucho tiempo estudiándose, pero ha aparecido muchas veces a lo largo de la evolución y en seres vivos totalmente distintos, con lo que aún queda mucho por investigar. De momento, aparte de resultar curiosa, ha servido para purificar y producir una proteína muy importante en investigación, que se llama GFP («Green Fluorescent Protein», o proteína verde fluorescente). Se puede utilizar en los laboratorios como etiqueta o chivato que brilla cuando ciertos genes funcionan o cuando hay ciertos microorganismos peligrosos en el agua, por ejemplo.
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