Un investigador de la Universidad de Oxford cree haber dado con la identidad del enigmático ser gracias a las nuevas técnicas de análisis de ADN
Bryan Sykes, profesor de genética en la Universidad de Oxford,podría haber resuelto el misterio de la identidad del Yeti: Sykes, que ha aplicado las últimas técnicas de análisis de ADN a supuestos restos orgánicos, principalmente cabello, afirma que una de esas muestras ha arrojado una coincidencia del 100 por cien con una mandíbula de un oso polar encontrado en Noruega, con una antigüedad que data entre los 40.000 y los 120.000 años.
El profesor cree que la explicación más probable es que los animales sean híbridos, cruces entre osos polares y osos pardos, especies con un estrecho parentesco que se aparean si sus territorios se solapan. «Es un resultado excitante y completamente inesperado que nos ha sorprendido a todos», aseguró Sykes, en declaraciones que recogen medios como «The Independent».
«No creo que esto implique que hay osos polares prehistóricos rondando por el Himalaya. Pero podría significar que hay una subespecie de oso pardo, descendiente del oso que fue el ancestro del oso polar. O que se ha producido un cruce más reciente entre el oso pardo y el descendiente el oso polar», explicó el experto en genética.
Buena prueba de la fascinación que ejerce el Yeti o Bigfoot es que Sykes recopilará sus hallazgos en un libro que saldrá publicado la próxima primavera, bajo el título «The Yeti Enigma: A DNA Detective Story» (traducible como «El enigma del Yeti: una historia de detectives de ADN»). Además, sus investigaciones han dado pie a un documental, «Bigfoot Files» («Los archivos Bigfoot»), que Channel 4 emitirá en tres capítulos.
Seis décadas de misterio
La fascinación por el Yeti, «Yetimanía» incluso, comenzó en 1951, cuando una expedición al Everest regresó con una serie de fotografías que mostraban las huellas impresas sobre la nieve de un pie de proporciones gigantescas. A partir de ahí comenzaron las especulaciones y en el imaginario colectivo se formó el retrato de una criatura enorme, peluda y de ligero parecido con el ser humano.
Sykes llevaba más de un año y medio trabajando. Su premisa era clara: aunque resultaba improbable confirmar la existencia del Yeti, y se habían llevado diversos estudios con anterioridad, valía la pena aplicar las técnicas más punteras en análisis genético. «Es un área de investigación en que la que cualquier académico serio se aventura con cierto grado de inquietud», admitía entonces el profesor de Oxford. «Es un campo lleno de informes excéntricos y engañosos».
Como muestra, la comunidad científica acogió con escepticismo la publicación de un estudio en febrero, en una revista creada específicamente para divulgarlo, que pretendía establecer que el Yeti descendía de un cruce entre machos de esta especie y hembras de Homo Sapiens. El estudio había sido rechazado por otras revistas científicas. Algunas voces apuntaron a una posible contaminación en las muestras recogidas.
El hallazgo de Sykes, en cambio, matizado por todas las cautelas necesarias, podría suponer el fin de un misterio de 6 décadas.
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